Madrid, 25 de mayo. En una jornada que debería haber sido como cualquier otra, al menos cinco palestinos han encontrado la muerte y varios más han resultado heridos a última hora del sábado debido a un ataque aéreo israelí contra un comercio en Deir al Balá, en el corazón de la Franja de Gaza. Este ataque ha elevado la cifra total de civiles fallecidos a 52 desde la madrugada del mismo día, una cifra que duele y nos hace reflexionar.
Una escalada incesante de violencia
Las víctimas de este último bombardeo son parte de una historia desgarradora. El ataque fue llevado a cabo por un dron de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) que se dirigió a un pequeño negocio familiar ubicado en el barrio de Al Hakr. Según ha informado la agencia Wafa, no solo se trata de números; detrás hay vidas y familias destrozadas. Justo cuando parecía que las cosas no podían empeorar, durante la tarde-noche también se produjeron ataques en ciudades del este de Jan Yunis, donde varios helicópteros abrieron fuego.
Aún resuena el eco del dolor en Jan Yunis, donde días atrás un bombardeo había cobrado la vida de nueve menores, todos hijos del médico Hamdi Yahya Najjar. La tragedia no se detiene ahí: Najjar y uno de sus hijos, Adam, están ahora luchando por sus vidas en el hospital tras resultar heridos. Cada número representa una historia trágica; cada víctima es alguien amado por su familia.
En otras partes del norte del enclave también se reportaron ataques aéreos y disparos intensos en lugares como Beit Lahia y Jabalia. En total, los informes locales hablan ya de al menos ocho personas muertas en Gaza y siete más en Rafá, con alrededor de 60 heridos. Estas 52 nuevas víctimas se suman a una lista interminable: más de 53.900 palestinos han perdido la vida desde que comenzó esta ofensiva militar tras los ataques del 7 octubre.
El Ministerio de Sanidad gazatí ha publicado datos desgarradores: “Desde el 7 octubre hemos alcanzado los 53.901 mártires y más de 122.593 heridos, con cifras alarmantes desde marzo.” La realidad es cruda y nos exige mirar hacia ella sin tapujos; es nuestra obligación ser testigos.