Era una madrugada cualquiera en Palma, cuando la tranquilidad del barrio de Son Cotoner se vio interrumpida por un estruendo. Un joven de 28 años, que claramente había tenido una noche demasiado animada, decidió que era buena idea ponerse al volante bajo los efectos del alcohol. Lo que siguió fue un espectáculo digno de una película de acción, pero con muy poco sentido común.
A las 4 de la mañana, los vecinos escucharon ruidos extraños y, al asomarse por la ventana, se encontraron con la escena: un coche chocando contra otros vehículos estacionados sin compasión. Como si no hubiera suficientes problemas en la vida diaria, este chico decidió que lo mejor era salir del coche y empezar a golpear retrovisores y limpiaparabrisas como si fueran pelotas de tenis. ¿Pero qué le pasaba por la cabeza?
La locura continuó
Los testigos no dudaron en llamar al 092. La Policía Local llegó rápidamente y los residentes señalaron al causante del desastre. El joven, tras su breve tour de destrucción, se refugió en un aparcamiento público. Pero no pudo escapar mucho tiempo; minutos después apareció ante los agentes, admitiendo ser el responsable y alegando haber perdido el control del vehículo. Claro está que sus evidentes síntomas de embriaguez no ayudaban a su defensa.
Cuando le realizaron la prueba de alcoholemia, el resultado fue escalofriante: 0,74 mg/l, casi tres veces más del límite permitido. Y como si esto fuera poco, durante la inspección encontraron seis coches con daños evidentes que confirmaban lo narrado por los testigos. Pero aquí no termina todo; el chico tenía en su poder un móvil cuyo origen no pudo explicar adecuadamente. Su historia sobre cómo lo había conseguido sonó tan poco creíble que hasta los policías levantaron una ceja.
Así las cosas, este joven fue detenido y trasladado a comisaría para hacer frente a las consecuencias de sus actos antes de pasar ante el juez. Una muestra más de cómo unas copas pueden convertir una noche divertida en un auténtico desastre.