Era una noche del 25 de enero de 1982, y el barrio chino de Palma se convertía en un escenario sombrío, donde los peligros acechaban a cada paso. Recordemos que, en aquellos tiempos, aventurarse por las calles Santanyí al caer la noche era como jugar a la ruleta rusa. Aquella madrugada, un joven delincuente llamado ‘El Jorge’, conocido por sus andanzas delictivas, decidió dar un golpe audaz que terminaría trágicamente.
Un encuentro fatal
Sobre las cuatro y media, mientras el frío calaba hasta los huesos, un subteniente del Ejército se cruzó con cinco jóvenes. No eran amigos; llevaban navajas y estaban listos para asaltar. ‘Dame todo lo que tienes’, le exigieron. Pero el militar no estaba dispuesto a dejarse llevar así como así. En medio de un forcejeo brutal, fue derribado al suelo y, al verse acorralado y con miedo por su vida, sacó su arma reglamentaria y disparó.
La bala encontró su destino en ‘El Jorge’, quien comenzó a tambalearse antes de perder el equilibrio y caer a la calle Santanyí entre lágrimas de sangre. Mientras sus cómplices huían despavoridos, él luchaba entre la vida y la muerte. Los gritos desesperados de testigos llamaron a emergencias, pero no había nada que hacer; llegó al hospital Son Dureta sin signos vitales.
El subteniente quedó malherido tras haber sido golpeado sin piedad durante el atraco. Su historia cambió drásticamente aquel día; tuvo que explicar ante las autoridades que disparó en legítima defensa porque temía ser apuñalado. La pregunta quedó flotando en el aire: ¿era correcto defenderse a tiros contra quienes intentan despojarnos? Un debate encendido nació entre los ciudadanos palmesanos sobre si la ley estaba del lado del defensor o del agresor.