Esta semana hemos conocido que el pasado 21 de abril, Audrey Azoulay, la directora general de la UNESCO y exministra de Cultura de Francia, hizo una visita a Menorca. Su paso por la isla, que fue reconocida como Reserva de Biosfera hace más de treinta años y en 2023 se convirtió en Patrimonio Mundial por su cultura talayótica, pasó casi desapercibido. Ocho días después, nos llega una nota de prensa que nos cuenta un poco sobre su encuentro: charlaron sobre cómo gestionar nuestro patrimonio y biodiversidad. Pero lo cierto es que esta visita discreta refleja el escaso interés que sigue suscitando ese conjunto excepcional de yacimientos prehistóricos.
¿Dónde está el turismo cultural?
Aquello que se esperaba fuera un gran impulso para atraer al turismo cultural a Menorca no ha terminado por funcionar como se pensaba. En 2023, cuando celebramos nuestra declaración como Patrimonio Mundial, solo recibimos a 62.981 visitantes, muy lejos de los 73.532 que disfrutaron nuestras maravillas hace seis años, cuando apenas éramos una candidatura. Por si fuera poco, los datos recogidos por Mabrian Technologies son aún más preocupantes: mientras nuestro destino brilla en las menciones sobre turismo activo –desde el running hasta el famoso Camí de Cavalls–, nuestras piedras parecen haber caído en el olvido.
Hemos dejado atrás esa imagen del sol y playa; ahora buscamos experiencias al aire libre. Pero ese atractivo talayótico no ha desencadenado un verdadero boom turístico. La conexión que muchos residentes sentimos con esos monumentos sigue intacta porque hemos crecido rodeados de ellos. Sin embargo, parece que a pesar de todos los esfuerzos titánicos por promocionar este legado arqueológico tan rico, seguimos sintiendo las mismas emociones apagadas de siempre. Y todo eso sin mencionar el esfuerzo titánico que supuso conseguir ese nombramiento en Riad tras catorce años luchando.
Entonces surge la pregunta: ¿cómo revertir esta situación? La respuesta no es sencilla; la dureza del patrimonio puede ser desafiante. Quizás sea hora de unir esfuerzos entre patrimonio y turismo activo o elevar nuestra oferta turística hacia algo más transformador. Conceptos actuales como el mindfulness o el turismo slow podrían ser parte de la solución para revitalizar nuestro encanto cultural.