La historia de Mario Vargas Llosa es un viaje fascinante y, a menudo, contradictorio. En su encuentro con Jorge Luis Borges en Buenos Aires, el autor peruano vivió un momento tenso que reflejó mucho más que una simple conversación. ¿Quién podría imaginar que un comentario sobre goteras en casa podría desatar el enfado de ese hombre encantador y frágil? Como recuerda Ricardo Piglia, Borges lo miró con desdén, preguntándose si Vargas Llosa venía a hablar de literatura o de mudanzas inmobiliarias. Y así, sin quererlo, se revelaba un punto crucial: la vida política del autor había dado un giro radical.
De fervoroso izquierdista a crítico acerado
Vargas Llosa ya no era el joven entusiasta que leía ‘La lucha de clases’ en su época universitaria; su evolución fue sorprendente. En medio del fervor revolucionario que sentía en los años 60, él mismo admitía: «Mi entusiasmo político era mayor que mi coherencia ideológica». Pero todo cambió tras la invasión soviética a Checoslovaquia en 1968. Aquella ‘Primavera de Praga’ se ahogó bajo los tanques rusos y él no pudo quedarse callado. En las páginas de ‘Caretas’, escribió un artículo incendiario donde denunciaba esa intervención como una vergüenza para el legado de Lenin.
Sin embargo, su ruptura definitiva llegó más tarde, cuando Fidel Castro justificó aquella agresión imperialista. A partir de ahí, Vargas Llosa empezó a dejar atrás sus viejas creencias y abrazar nuevas ideas; incluso se atrevió a criticar abiertamente a quienes aún defendían al socialismo real con fervor ciego.
Y es que esta metamorfosis no fue solo intelectual; fue profundamente personal. El Perú está lleno de historias como la suya: hombres y mujeres que han cambiado sus ideales por completo tras vivir experiencias duras o decepcionantes. Así es como Vargas Llosa pasó del fervor socialista al liberalismo conservador sin mirar atrás.
Hoy vemos cómo esas reflexiones han forjado una figura literaria controvertida pero admirablemente honesta. Con cada nuevo comentario mordaz hacia sus contemporáneos como García Márquez, queda claro: el cambio ha sido total y contundente.