Antonio Fernández-Coca, un nombre que resuena en las calles de Palma, no es solo profesor, investigador y artista; es una voz que nos invita a reflexionar. «Políticos, búsquense la vida, pero en Mallorca tenemos que poder vivir», dice con la firmeza de quien ha visto cómo la esencia de esta isla se desdibuja ante el monocultivo turístico.
A través de su labor en la Universidad de las Islas Baleares, Antonio busca conectar con los estudiantes contemporáneos. Para él, no se trata solo de transmitir información, sino de crear un diálogo auténtico. Y esto no siempre es fácil. «Cuando uno pasa de todo, ¿hay salvación?», plantea. Su padre solía decirle que hay cosas en la vida que no podemos cambiar: nacer y morir; lo demás está en nuestras manos.
Un futuro más allá del turismo
A medida que avanza la conversación, el tema del turismo se convierte en protagonista. Si Palma aspira a ser Capital Europea de la Cultura en 2031, Antonio no lo ve como un mero escaparate para atraer más turistas. «Si esto sirve para explorar nuevos caminos y diversificar nuestra economía más allá del turismo, entonces sí“, sostiene con convicción.
Pero ese amor por Palma también viene acompañado de críticas hacia lo que considera una dependencia insana del turismo: “Baleares es mucho más que eso”. Aunque reconoce su importancia, aboga por un modelo turístico sostenible donde otras industrias puedan florecer junto al sector turístico.
Con sinceridad brutal, Antonio comparte sus frustraciones sobre la política local y el estado actual de las cosas: “Me escandaliza ver cómo trabajamos duro para ganar menos de lo que merecemos mientras otros se llenan los bolsillos sin esfuerzo”, dice claramente indignado.
Tras tres décadas viviendo en Mallorca, Antonio siente nostalgia por un pasado donde la isla era realmente un edén. Hoy día asegura que debemos esforzarnos para recuperarlo: “No podemos seguir viviendo como hace 30 años; necesitamos adaptarnos”. Y aunque admite haber encontrado su paz a través del arte y las relaciones personales, deja claro que el estrés sigue siendo un reto constante.
El mensaje final es claro: hay esperanza si trabajamos juntos por una comunidad más justa y diversa. En palabras de Fernández-Coca: “Hay vida inteligente en la clase política”, pero necesitamos diálogo real para avanzar hacia un futuro mejor.