El pasado 22 de junio, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no se ha andado con rodeos y ha llevado a cabo lo que prometió: un bombardeo devastador sobre las instalaciones nucleares en Irán. Las Fuerzas Armadas norteamericanas han echado mano de misiles Tomahawk y bombas antibúnker, herramientas de destrucción que marcan la diferencia en este tipo de operaciones. Mientras tanto, Israel ya había hecho su parte el 13 de junio, lanzando una serie de ataques dirigidos a objetivos militares e industriales en un intento por contener al régimen iraní.
Una respuesta escalofriante
Pero aquí está el truco: las instalaciones nucleares están construidas para resistir. Así que los israelíes solitos no podrían llegar a esos bunkers subterráneos sin ayuda. Y ahí es donde entra Estados Unidos, dispuesto a llevar la situación al extremo. Utilizando la temida ‘Massive Ordnance Penetrator’, una bomba capaz de atravesar montañas (sí, ¡montañas!), las fuerzas estadounidenses han intentado hacer lo impensable: causar estragos en el corazón del programa nuclear iraní.
Imagina esto: una bomba que pesa más de 13 toneladas y que puede penetrar más de 60 metros bajo tierra antes de estallar. Solo los bombarderos B-2 pueden soportar semejante carga. Además, se habla de unos 30 misiles Tomahawk disparados desde submarinos en la región, proyectiles con capacidad para portar cabezas nucleares y un alcance que asusta: ¡1.600 kilómetros! Esto no son solo cifras; es un despliegue militar monumental que pone a todos en alerta.