Era de madrugada, el reloj marcaba las 5.00 horas cuando un hombre de 33 años se vio involucrado en un accidente de tráfico en la calle Marbella. El coche, después de impactar contra una farola, dejó claro que algo no iba bien. Un testigo, con buen juicio, decidió llamar al 092, alertando a la Policía Local sobre la posibilidad de que el conductor estuviera bajo los efectos del alcohol.
Al llegar los agentes de la Unidad Nocturna (UNOC), se encontraron con una escena tensa. El conductor mostraba una actitud desafiante y agresiva, como si el accidente no fuera suficiente motivo para calmarse. Intentaron hacerle sentar en un banco cercano, pero la situación dio un giro inesperado: sin previo aviso, el hombre se levantó y agredió a uno de los policías.
Un momento violento
El forcejeo fue inevitable y terminó con el arresto del individuo. Pero eso no fue todo; tras ser detenido, este lanzó amenazas de muerte hacia los funcionarios que solo cumplían con su deber. Consciente del grave desenlace que había provocado y aún negándose a asumir responsabilidades, se sometió a la prueba de alcoholemia que reveló un resultado alarmante: 0,82 mg/l, casi el doble del límite legal permitido.
A pesar de las advertencias sobre la necesidad de realizar otra prueba, él persistió en su negativa. Esto le añadió otro cargo más al ya complicado asunto: atentado y quebrantamiento de la seguridad vial. Lo peor es que el agente agredido sufrió lesiones leves que requirieron asistencia médica.
Una noche llena de tensión e irresponsabilidad nos recuerda cuán frágil puede ser nuestra seguridad en momentos inesperados. Este tipo de incidentes no solo afectan a quienes están directamente involucrados; todos somos parte del mismo escenario urbano donde estas historias se desarrollan.