Febrero de 1985 fue un mes que quedó grabado a fuego en la memoria de Felanitx. Ana V., una mujer de 60 años, y su marido, Antonio C., de 57, llevaban más de dos décadas viviendo en esta localidad mallorquina, tras llegar desde Lorca, Murcia. Sin embargo, lo que parecía una vida tranquila se tornó en tragedia cuando Ana acabó con la vida de su esposo utilizando una loseta de mármol de su mesita de noche. Este es el relato escalofriante que dejó a todos boquiabiertos.
Una mañana fatídica
Todo ocurrió durante la noche del lunes. Pero el horror no fue descubierto hasta varias horas después. En aquel momento, un nieto pasaba la noche en casa, ajeno a lo que estaba sucediendo a su alrededor. A primera hora del día siguiente, Ana despertó al pequeño sobresaltada y lo vistió rápidamente para llevarlo a casa de su hija. La joven notó algo extraño en ella; Ana parecía estar perdida en sus pensamientos y no ofreció explicaciones cuando se marchó apresurada.
La abuela no fue a otro lugar más que a la rectoría de la iglesia donde se reunió con monjas y el sacerdote del pueblo. Allí, entre lágrimas y murmullos incomprensibles, los religiosos intentaron calmarla mientras ella repetía una frase que helaría la sangre: “Lo he matado”. Al principio pensaron que estaba delirando por el estrés, pero pronto comprendieron que hablaba con total claridad.
A pesar de ser pensionistas y llevar una vida aparentemente estable sin conflictos visibles ni peleas constantes, el matrimonio había sido conocido como “los calvarios” por haber trabajado como guardeses del convento local. Antonio había adquirido una finca donde estaban realizando reformas para hacerla habitable juntos.
Tras confesarles el crimen, una monja llevó a Ana hasta su hogar para verificar sus palabras. Justo entonces se cruzaron con una patrulla de la Guardia Civil alertada por rumores similares. Y efectivamente, allí estaba el cuerpo sin vida de Antonio; había recibido múltiples golpes en la cabeza con esa misma loseta.
Ana fue detenida en ese instante y llevada al cuartel policial. Con el tiempo se supo que padecía un trastorno mental pasajero y meses antes ya había sido atendida en Psiquiatría. Días después del asesinato, el juez Antoni Terrassa ordenó su ingreso provisional en prisión mientras se evaluaba su posible internamiento posterior en un hospital psiquiátrico.
Nadie pudo desentrañar qué llevó a Ana a cometer tal atrocidad; las razones quedaron sumidas en un manto de misterio e incomprensión para todos los habitantes del tranquilo pueblo balear.