Martí March fue un auténtico torbellino emocional. Su hermano, Miquel Àngel, lo recuerda con cariño y cierta melancolía: «Era un niño de extremos: o reía a carcajadas o se sumía en llanto». Esta dualidad no solo define a Martí, sino que también refleja la complejidad de la vida misma. Muchos de nosotros hemos pasado por momentos en los que nos sentimos igual; el corazón puede ser un lugar lleno de contrastes.
Recuerdos que marcan
En una conversación reciente, Llorenç Perelló compartió anécdotas sobre otro amigo del grupo, Amador Calafat, quien mencionaba que “bastaba con decirle poca cosa para hacerlo curtcircuitar”. Esas pequeñas chispas son las que nos unen y nos hacen recordar lo valioso de cada risa y cada lágrima. Joan Miquel Oliver también dejó su huella al hablar sobre sus discusiones acerca de temas insólitos; quién podría pensar que los colores podrían ser objeto de debate. Estas historias se entrelazan como si fueran parte de un gran tapiz emocional.
Y así sigue la vida, entre risas y lágrimas, creando recuerdos imborrables que perduran en nuestra memoria colectiva. Cada uno tiene su propia historia sobre cómo estos momentos nos han moldeado. La reflexión es clara: abrazamos nuestros extremos porque son lo que nos hace humanos.