Era una tarde como cualquier otra, pero para Francisca, la enfermera de 54 años, todo estaba a punto de cambiar. Vivía con Antonio, su pareja albañil de 43 años, en un tercer piso de la calle Josep Boria en Palma. Sin embargo, lo que parecía ser una vida normal se había convertido en una pesadilla. La relación se deterioraba día tras día, y Francisca ya no podía más con los ataques de furia de Antonio.
El 9 de marzo de 1990, la tensión era palpable. Francisca decidió que era hora de poner fin a ese noviazgo tóxico. Cuando le pidió a Antonio que se fuera definitivamente, él reaccionó con rabia. “En estos casos, cuando se ponía histérica, yo o le daba dos bofetadas o me iba”, confesó posteriormente con una frialdad escalofriante.
Un desenlace fatal
Después de dejarla sola, Antonio pasó la noche bebiendo gin tonics hasta caer en un estado lamentable. A medianoche regresó a casa y comenzó a golpear la puerta desesperadamente. Cuando Francisca abrió, intentaba evitar el escándalo entre los vecinos; sin embargo, lo que ocurrió después fue devastador. En un arranque de ira descontrolada, Antonio agredió a su pareja y la estranguló sin piedad.
A la mañana siguiente se despertó junto al cuerpo sin vida de Francisca en el salón. Ella lucía triste y herida; una bata azul abierta revelaba hematomas por todo su cuerpo. Fue entonces cuando hizo una llamada inquietante a un familiar: “Mi cuñado me acaba de avisar que ha encontrado a mi hermana sin vida”. Pero no contaba con que las pruebas hablarían por sí solas.
Una huella del zapato incriminó a Antonio y pronto los investigadores comenzaron a ver claro quién era el verdadero culpable detrás del crimen horrendo. A medida que las piezas del rompecabezas encajaban, el albañil no tuvo más remedio que confesarlo todo: sus malos tratos previos, su impotencia ante la decisión final de Francisca y cómo aquella noche perdió el control.
Esa tragedia dejó huellas profundas en toda la comunidad palmesana; nadie podía creer que alguien tan querido como Francisca hubiera perdido la vida así. Su muerte violenta resonó como un eco perturbador en Son Armadans y puso sobre la mesa una realidad aterradora sobre las relaciones abusivas.

