En la madrugada del 29 de julio, la calma de Cala Major se vio interrumpida por una escena que podría haber terminado en tragedia. Cuatro jóvenes, tres de ellos menores, decidieron robar dos ciclomotores y jugar a las carreras con la seguridad vial. ¿Y lo más sorprendente? Hicieron todo esto justo bajo la mirada atenta de los agentes de la Policía Nacional que estaban vigilando el área alrededor del Palacio de Marivent.
Los chicos, españoles y aparentemente sin un plan claro, no dudaron en circular a toda velocidad y en sentido contrario. Fue como si se estuvieran retando a sí mismos, ignorando las normas y poniendo en riesgo la vida de otros conductores. Cuando los policías intentaron detenerlos, no hicieron más que acelerar aún más, maniobrando para evadir el control con una falta total de respeto por la seguridad.
Pelea entre el sentido común y la irresponsabilidad
La Unidad de Intervención Policial no se quedó atrás; comenzó una persecución llena de tensión. Pero estos jóvenes no pararon allí: abandonaron las motos y continuaron su huida a pie hasta que fueron finalmente atrapados en un centro comercial cercano. Durante la intervención, los agentes notaron signos claros de manipulación en los vehículos robados: llaves forzadas y cables alterados contaban una historia que no necesitaba muchas palabras.
Para colmo, al contactar con los propietarios de las motos, confirmaron que las habían dejado estacionadas solo unos minutos antes. Así es como estos cuatro chicos acabaron detenidos por varios delitos: atentado contra la seguridad vial, desobediencia y hurto. Es un recordatorio brutal sobre cómo decisiones impulsivas pueden llevar a consecuencias graves tanto para uno mismo como para otros.