En una comunidad de vecinos de Palma, la situación se ha vuelto insostenible. Todo comenzó con una piscina de cinco toneladas que, tras ser vaciada por el peligro de derrumbe del edificio, dejó al descubierto un conflicto latente entre los residentes. «Son okupas y llenaron la piscina con el agua de todos«, asegura un vecino anónimo, quien prefiere no dar su nombre por miedo a represalias.
El bloque donde se encuentra la piscina, construido en 1973, muestra señales evidentes de deterioro. La fachada está llena de suciedad y la pintura descascarada habla de años sin mantenimiento. Una vecina, que inicialmente parecía dispuesta a compartir su opinión sobre el tema, finalmente decidió guardar silencio; las sombras del miedo son más pesadas que las palabras.
Un ambiente tenso y peligroso
En el último piso, otra mujer se asoma para respaldar la versión del primer residente: «No tengo buena relación con ellos, son okupas«. Esta inquilina denuncia que los ocupantes rompieron la puerta principal para entrar y que ahora permanece abierta: «No se puede cerrar; entran y salen como quieren.» La frustración es palpable en sus palabras mientras añade que la situación ha empeorado notablemente en los últimos años. Sin nadie a quien acudir por ayuda, sienten que están abandonados a su suerte.
Cuando intenté hablar con los ocupantes, una niña pequeña fue quien me abrió la puerta antes de llamar a su madre. Una mujer joven admitió ser quien vive allí. Defendió su derecho alegando que cuando los técnicos del Ayuntamiento vinieron a inspeccionar, minimizaron el problema: «Solo me dijeron que bajara un poco el nivel del agua», explicó.
A pesar de las advertencias urgentes de bomberos y policías sobre el riesgo de mantener esa piscina llena en una terraza tan vulnerable, dos días después estaba casi llena otra vez. El propietario original no puede creer lo que está sucediendo: «Han roto mi motor y hasta han instalado fibra óptica». Mientras tanto, los okupas simplemente miran hacia otro lado ante las consecuencias.