Este miércoles, la Audiencia de Palma se convirtió en el escenario de un caso que ha conmocionado a la comunidad de Can Picafort. El expárroco Pere Barceló, un hombre de 72 años que una vez fue visto como una figura respetada, ahora se enfrenta a serias acusaciones de abusos sexuales a una niña. A su llegada, la tensión era palpable; todos sabían que este juicio no solo era sobre él, sino sobre el dolor y las secuelas que dejó tras de sí.
Un pasado oscuro
La defensa del exsacerdote trató de desviar la atención argumentando que los derechos fundamentales de su cliente habían sido vulnerados. ¿A quién queremos engañar? Estos son intentos desesperados por evadir la justicia. La acusación sostiene que los hechos ocurrieron entre 2007 y 2008 cuando Barceló impartía catequesis en la parroquia l’Assumpció de Maria. En ese entorno aparentemente seguro, aprovechó su influencia para sentar a la menor sobre sus piernas y cometer actos horrendos que jamás deberían haber ocurrido.
Las secuelas psicológicas para la víctima son devastadoras: pesadillas, depresión y un mar emocional en el que es difícil navegar. La Fiscalía ha pedido nada menos que diez años de prisión para Barceló y una indemnización de 40.000 euros para la niña, con el Obispado asumiendo responsabilidades. ¿Qué puede justificar esto? Nada más que el daño irreparable causado.
Pere Barceló ya tiene un oscuro historial; fue condenado hace años por otros abusos, siendo el primer cura en España expulsado por estos crímenes. Pero aquí no termina todo: las denuncias contra él han llegado desde diversos rincones del mundo, haciendo eco del sufrimiento infligido a muchas otras víctimas.
Mientras tanto, las voces calladas claman justicia y esperan que este juicio sea un paso hacia adelante en una lucha tan necesaria como urgente.