Sucesos

El histórico motín en la cárcel de Palma: un grito de auxilio desde las sombras

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En aquel frío enero de 1986, la vieja penitenciaría de Palma, ubicada en la carretera de Sóller, se convirtió en un auténtico polvorín. La tensión era palpable; el ambiente se podía cortar con un cuchillo. La situación era insostenible. Las peleas y agresiones entre presos y funcionarios eran moneda corriente, hasta que llegó el fatídico 19 de enero, cuando todo estalló por los aires.

Los rebeldes del tejado

Un grupo de cinco internos, con nombres como José C.C. y Simón N.T., lograron trepar al tejado del edificio. Eran hombres marcados por su pasado delictivo y llevaban años encerrados esperando juicios o condenas. En esos momentos, la población carcelaria contaba con unos 300 reclusos, una cifra que contrasta drásticamente con los más de 1.200 que actualmente habitan la nueva cárcel en esa misma carretera.

Con determinación, estos prisioneros se hicieron fuertes junto a una antena pararrayos y colgaron una sábana como bandera. Con solo una pequeña escalera para acceder a esa altura, controlaban el acceso arrojando piedras a cualquier funcionario que intentara acercarse. Durante esa tarde del domingo, lanzaron sus condiciones para negociar: querían ver al delegado del Gobierno y al juez de Instituciones Penitenciarias para hablar sobre los abusos sistemáticos que vivían día tras día. «Aquí nos torturan, nos tratan peor que animales», gritaban desesperados desde lo alto.

Poco después comenzaron a llegar familiares y amigos al exterior; sus rostros reflejaban preocupación mientras las sirenas rodeaban el lugar. A medida que caía la noche, los amotinados se cubrían con trozos de uralita para resguardarse del intenso frío nocturno.

A la mañana siguiente seguía todo igual: el tejado continuaba tomado mientras denunciaban a voz en cuello las palizas sufridas por sus compañeros dentro de las celdas oscuras. El alcaide mantenía su postura negando las acusaciones y sugiriendo que la única salida era rendirse pacíficamente.

Finalmente, el martes por la mañana algo cambió cuando todo parecía estar a punto de desbordarse. El comisario Gregorio García ‘Goyato’ decidió subir aquella angosta escalera para hablar con los amotinados justo antes de que los antidisturbios tomaran acción. Era un negociador nato; siempre mantenía la calma incluso en las situaciones más tensas.

Y así fue como logró convencerles para entregarse bajo ciertas condiciones: «Nos rendimos si prometen no torturarnos ni haber represalias». Mientras tanto, sus familias esperaban nerviosas abajo; muchos pensaban lo peor: «Dios sabe lo que les van a hacer ahora».

Aquel enero de 1986 marcó un hito en la historia penitenciaria mallorquina, demostrando que aquellos hombres podían desafiar al sistema establecido desde su encierro.

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