La noche del 2 de junio nos dejó una escena insólita en Pere Garau. Imagina la tensión: dos jóvenes desafiando las normas, lanzándose a toda velocidad por las calles en un patinete, sin casco ni ningún tipo de protección. Los agentes de la Policía Nacional, que realizaban su ronda habitual, no pudieron evitar darles el alto.
Uno de los agentes, con todo el corazón puesto en su trabajo, colocó su moto al lado del patinete para intentar detenerlos. Pero lo que ocurrió fue más que sorprendente: el chico que iba atrás se lanzó hacia el policía, mientras el conductor parecía frenar antes de salir disparado en sentido contrario. El juego del gato y el ratón había comenzado.
Una fuga peligrosa
El joven tomó decisiones arriesgadas; zigzagueaba entre coches y cambiaba de dirección constantemente para despistar a los agentes. La acera estaba llena de gente y tuvieron que apartarse rápidamente para no ser arrollados por ese patinete descontrolado, saltándose semáforos rojos como si fueran meros adornos.
Finalmente, uno de los policías logró alcanzarlo. Pero la situación se volvió aún más caótica cuando el menor comenzó a lanzar patadas al agente mientras intentaba controlar la situación. En un acto valiente –y arriesgado–, el policía tuvo que hacer una maniobra rápida para evitar caer mientras trataba de neutralizarlo.
Afortunadamente, otro refuerzo llegó justo a tiempo y pudo llevar a cabo la detención. Este episodio no solo es un recordatorio del peligro que representan estas conductas temerarias en nuestras calles, sino también del compromiso diario de nuestros agentes para mantenernos seguros.