Ricardo A. M., un joven de 32 años, cerraba los ojos como si quisiera escapar de la realidad mientras escuchaba las palabras del jefe del Grupo de Homicidios de la Policía Nacional en la Audiencia de Palma. Allí, el aire estaba cargado de tensión y dolor. Este hombre está acusado de un crimen horrendo: matar a martillazos a Melanio Valverde, un cubano de 56 años, y luego prender fuego a su chabola para borrar cualquier rastro de lo ocurrido. La Fiscalía no se anda con rodeos y pide una condena dura: 20 años y cinco meses tras las rejas.
Una historia oscura desvelada
El jefe del Grupo de Homicidios, Ángel Ruiz, entró en la sala con una botella de agua y pasó tres horas respondiendo a preguntas sobre el caso. Lo que descubrieron fue inquietante; el teléfono móvil del acusado se había situado justo donde ocurrió el asesinato hasta las ocho y cinco de la tarde. Su Dacia Sandero blanco estaba aparcado cerca, como si esperara salir corriendo en cuanto todo terminara.
La abogada defensora, Marga Toro, intentó sembrar dudas: «Melanio se dedicaba a la prostitución; no todos los que iban allí eran amigos». Pero el testimonio del propio Ruiz fue contundente: él está convencido de que Ricardo es el responsable. Mientras examinaban grabaciones antiguas, vieron al acusado en una fiesta anterior al crimen; cerveza en mano y actitud despreocupada. Sin embargo, su coartada comenzó a tambalearse cuando los investigadores notaron sus contradicciones.
Cuando le mostraron imágenes del lugar, describió con sorprendente claridad las maniobras que había hecho con su coche. Su explicación? Que se había ido porque vio pasar un coche patrulla. Pero… ¿es posible que todo fuera solo una serie de casualidades? Ruiz no lo cree así.
Se centraron en Ricardo porque él mismo se situó en la escena del crimen y admitió haber estado allí justo antes del incendio. A medida que avanzaban en su investigación, otras teorías fueron descartadas rápidamente cuando apareció ese vehículo haciendo maniobras extrañas; eso fue suficiente para dar un vuelco a la historia. En este juicio hay más sombras que luces, dejando claro que aunque estamos ante un caso escalofriante, muchos cabos siguen sueltos.