Este lunes, en el tribunal de Palma, un hombre de 61 años se sentó frente a la justicia tras ser acusado de un acto aterrador. La sala estaba cargada de tensión mientras él, con un tono casi desafiante, decía: “Pido perdón porque no lo hice con maldad, no fue para tanto”. Pero lo cierto es que los hechos ocurridos una noche del pasado diciembre son difíciles de ignorar.
El veredicto fue claro: un año y once meses de cárcel por tocar los genitales a un menor. Todo sucedió en una parada de autobús en la calle Pasqual Ribot. Aquel día, el chico, solo 14 años, se encontró con este individuo que le mostró un billete de 10 euros. Aunque él intentó alejarse, el agresor se sentó junto a él y comenzó a tocarlo inadecuadamente. Un momento que ningún niño debería vivir.
Un arrepentimiento cuestionable
A pesar de su declaración y su insistencia en que no había mala intención, las palabras resonaban vacías para muchos. Su abogado, Octavio Couto, trató de suavizar la situación pidiendo que se suspendiera la pena durante tres años. La fiscalía accedió bajo ciertas condiciones: sin delitos adicionales en ese tiempo y cumpliendo con una indemnización a la víctima por daños morales que asciende a 2.000 euros.
Lo más inquietante es cómo estos actos pueden minimizarse o justificarse bajo el manto del arrepentimiento. Esta historia nos invita a reflexionar sobre la importancia de proteger a nuestros jóvenes y garantizarles un entorno seguro donde puedan crecer sin miedo ni intimidación.