En el corazón de Mancor de la Vall, un rincón pintoresco y familiar, sucedió algo terrible en 1928. Todos se conocían y, aunque había rencillas ocultas entre algunos, la vida transcurría tranquila. Pero llegó el fatídico 13 de enero, cuando un crimen brutal hizo temblar los cimientos del pueblo. Gabriel Pou Fontanet, un administrador de finca de 47 años, fue asesinado a hachazos en lo que parecía ser un ataque desalmado.
La sombra del miedo acecha
Los detalles son escalofriantes: Gabriel tenía nueve heridas en su cabeza, todas provocadas por un hacha que fue hallada junto a su cuerpo. La escena era digna de una pesadilla; los vecinos no podían creer lo que había sucedido. Las autoridades comenzaron a indagar y pronto comprendieron que el agresor era alguien cercano al fallecido. ¿Quién podría haber hecho algo tan cruel?
A medida que se profundizaba la investigación, todos los caminos parecían llevar hacia Juan, el hermano de Gabriel. Existían tensiones entre ellos por la gestión de la finca y eso levantó sospechas. Junto con Juan, otros tres hombres fueron detenidos; cinco caras conocidas del pueblo ahora eran parte del oscuro entramado del crimen.
Las contradicciones empezaron a florecer durante los interrogatorios. Juan se defendía asegurando que no había conflictos con su hermano y hasta presentó testigos que terminaron siendo fantasmas en su coartada. Pero las sombras no desaparecieron; esa misma noche recibió a Miguel Pericás Morro en casa con noticias desgarradoras: su hermano estaba gravemente herido.
A pesar de sus intentos por lavarse las manos, quedó claro que había más preguntas sin respuesta que respuestas satisfactorias. Y así fue como comenzó un juicio en el verano de ese mismo año donde la fiscalía clamó por pena capital para ambos hombres acusados. El aire estaba cargado mientras esperaban el veredicto; finalmente, lograron evitar lo peor: Juan recibió 17 años y Miguel 14 por homicidio.
No obstante, mientras ellos respiraban aliviados, Gabriel jamás tuvo esa oportunidad.