Era febrero de 1982 y Magín S.B., conocido como ‘El Vasco’, malvivía entre sombras, en una casa abandonada de Son Rapinya. Esa noche, lo que comenzó como un altercado trivial se tornó en un episodio desgarrador que cambiaría la vida de todos los involucrados. Con solo 36 años, este hombre sin techo se vio envuelto en dos peleas antes de cometer un acto que dejaría huella: apuñalar mortalmente a Agustín Morales, un joven de apenas 18 años que solo intentaba calmar los ánimos.
Una noche llena de violencia y desesperación
A las 21:30, cerca de un bar en la calle del Carmen, las tensiones estallaron. Los clientes salieron para separar a los contendientes y entre ellos estaba ‘El Vasco’. Tras marcharse acaloradamente del lugar, parecía que todo había vuelto a la normalidad. Pero el destino tenía otros planes. Un grupo de jóvenes, incluidos Agustín y sus amigos, salió buscando más diversión cuando se cruzaron nuevamente con Magín. Lo que debería haber sido una simple conversación se convirtió en tragedia.
Agustín reprochó a ‘El Vasco’ su comportamiento violento y, sin previo aviso, este desenfundó una navaja y le asestó una puñalada en el pecho. El joven cayó al suelo y con su último aliento murmuró: «Me han pinchado». La escena era caótica; mientras Agustín luchaba por su vida, el agresor desapareció entre la multitud.
A pesar del esfuerzo de la ambulancia por salvarlo, llegó tarde; Agustín murió antes de llegar al hospital. La Policía Nacional tomó cartas en el asunto rápidamente e inició una investigación frenética para dar con el responsable. Al principio nadie conocía al agresor hasta que alguien mencionó: «Creo que es un tipo llamado ‘El Vasco'».
Tras varias horas buscando pistas, finalmente dieron con él: dormía plácidamente en una casa abandonada donde otros marginados también encontraban refugio. Una vez rodeada la zona, lo encontraron profundamente dormido junto a una navaja ensangrentada. Cuando fue interrogado sobre lo sucedido, ‘El Vasco’ admitió haber apuñalado a Agustín pero argumentó que su intención no era matarlo; solo quería intimidarlo.
Sin embargo, los investigadores sabían que las palabras no reflejaban remordimientos genuinos: «Cuando lo detuvimos dormía como si nada», recordaron después. Aquella noche dejó cicatrices profundas no solo en las familias afectadas sino también en la comunidad palmesana.