¿Te has preguntado alguna vez qué ocurre con tus datos personales cuando sigues una tendencia viral en las redes? Cada semana, ya sea en España o en cualquier rincón del mundo, nos encontramos con nuevos desafíos que se vuelven locamente populares. Algunos desaparecen en un suspiro, mientras que otros permanecen más tiempo, pero todos tienen algo en común: la viralidad y la participación masiva casi automática. La última sensación consiste en convertir nuestras fotos en ilustraciones inspiradas por el mágico universo del estudio Ghibli, creadores de joyas como Mi vecino Totoro, El castillo en el cielo o El viaje de Chihiro. Sin embargo, detrás de esta simple diversión se esconde una realidad inquietante.
La cara oculta de lo divertido
Lo que para muchos representa una forma creativa y original de personalizar su imagen es, en realidad, un proceso manejado por la inteligencia artificial (IA) de OpenAI, los mismos genios detrás de ChatGPT. Y esto no solo es cuestión estética; hay implicaciones serias sobre cómo se manejan nuestros datos. Sam Altman, CEO de OpenAI, incluso ha tenido que pedir calma a los usuarios ante la avalancha de solicitudes para generar este tipo de contenido. Pero más allá del ruido superficial, debemos pararnos a pensar: ¿qué está pasando realmente aquí?
Bajo las normativas como el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD), cualquier información que pueda identificar a alguien se considera un dato personal. Y sí, esas imágenes tan inofensivas pueden revelar nuestra identidad a través del rostro o el contexto donde fueron tomadas. El problema surge cuando estas aplicaciones apenas dan información clara sobre cómo tratarán esos datos. En ocasiones se limitan a catalogarlos como ‘contenido del usuario’, sin detallar si utilizan técnicas avanzadas como reconocimiento facial o extracción biométrica.
Aquí es donde deberíamos encender todas nuestras alarmas. Los datos biométricos son considerados sensibles porque pueden identificar a una persona única y exclusivamente según sus características físicas. Para tratarlos correctamente se requieren garantías adicionales que muchas veces ni siquiera pensamos al compartir una imagen solo porque parece divertida o bonita.
No podemos permitirnos caer en la trampa fácil de lo viral sin considerar los riesgos involucrados. Al subir nuestras fotos a estas plataformas, estamos cediendo información valiosa que podría acabar mal utilizada: desde robos de identidad hasta la creación indebida de deepfakes. Si además hay menores implicados—un grupo extremadamente vulnerable—la cosa se complica aún más.
¿Merece la pena?
A veces nos lanzamos a participar en tendencias creyendo que son inofensivas; pero esa inocente acción puede llevarnos a perder el control total sobre nuestros propios datos personales. Lo peor es que muchos lo hacemos sin ser conscientes del verdadero significado detrás.
No somos conscientes del valor real que tienen nuestros datos personales y eso debe cambiar urgentemente. Necesitamos aprender a ver con ojos críticos entre lo entretenido y lo potencialmente dañino para nuestra privacidad. No estamos hablando aquí de renunciar al avance tecnológico; simplemente necesitamos hacerlo con responsabilidad.
Aunque existan marcos legales para protegernos, estos no son suficientes si no actuamos con precaución individualmente. Al final del día, la pregunta no es si queremos seguir estas modas sino si estamos dispuestos a asumir las consecuencias reales que vienen consigo. Y eso siempre será una decisión profundamente humana.