Hoy, el noroeste de Myanmar se ha visto sacudido por un potente terremoto de magnitud 7,7. Un evento que no solo ha temblado bajo nuestros pies, sino que también ha hecho eco en países vecinos como Tailandia y China. El epicentro se situó cerca de Mandalay, una de las ciudades más grandes del país, a una profundidad de apenas 10 kilómetros. Las imágenes que nos llegan son devastadoras: edificios de cinco plantas han colapsado y las calles están llenas de escombros. Las autoridades no tardaron en alertar a los ciudadanos sobre la posibilidad de réplicas. Pero, ¿por qué seguimos sin poder anticipar este tipo de desastres?
La lucha contra lo impredecible
Los terremotos son como esa visita inesperada que nunca queremos recibir; llegan sin avisar y causan estragos. Aunque existen sistemas como los del Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS) que detectan los temblores en tiempo real, la realidad es que aún estamos lejos de poder predecirlos con horas o días de antelación.
Pero aquí es donde entran los cables submarinos, esos hilos invisibles que conectan al mundo desde el fondo del mar. Instalados para transmitir datos, estos cables podrían convertirse en una red gigante capaz de detectar sismos y señales oceánicas gracias a su tecnología avanzada. Un sueño posible gracias a iniciativas llevadas a cabo por científicos e ingenieros alrededor del mundo.
Pese al alto coste que implicaría instalar sensores permanentes en el lecho marino —donde el 70% de nuestra Tierra es agua— ya hemos visto ejemplos prometedores. Por ejemplo, se han utilizado tramos individuales de fibra óptica entre repetidores para captar señales sísmicas en aguas profundas.
Así lo explica el Dr. Giuseppe Marra: «Si aplicamos esta técnica a una gran cantidad de cables, podríamos transformar esta infraestructura submarina en una serie gigante de detectores». Esto podría cambiar radicalmente nuestra comprensión del planeta y cómo responde ante fenómenos naturales.
A medida que avanzamos hacia un futuro lleno incertidumbres climáticas y naturales, tecnologías como esta ofrecen un atisbo esperanzador sobre cómo podríamos mejorar nuestras capacidades predictivas. Lo cierto es que estamos ante una oportunidad increíble para observar no solo terremotos, sino también otros fenómenos como erupciones volcánicas submarinas o tsunamis.