El pasado fin de semana, Montuïri se llenó de un aire extraño. Las gàbies buides, símbolo de lo que podría haber sido, dieron la bienvenida a una Fira de la Perdiu que muchos recordarán por su falta de vida. Mientras paseábamos entre las paradas, era difícil no sentir el eco del silencio en cada rincón. ¿Dónde estaban los bulliciosos sonidos de un mercado vibrante? La decepción flotaba en el ambiente.
Una feria marcada por la ausencia
No es solo un evento más; es una oportunidad para celebrar nuestras tradiciones y conectar con nuestra tierra. Pero este año, esa conexión se sintió rota. En lugar de ver perdrers volando alegres, nos encontramos con jaulas vacías, como si el espíritu del evento hubiera decidido tirarse a la basura.
El sentimiento general era claro: algo no estaba bien. Xisco Avellà, fundador del GOB, fue uno de los que alzó la voz al respecto. “Esto debería ser una celebración”, decía con preocupación. “No podemos permitir que se convierta en un mero monocultivo turístico”. Y tenía razón; necesitamos eventos que nutran nuestra cultura, no que sean sombras de lo que fueron.
A medida que caminábamos entre los puestos, donde apenas había movimiento y entusiasmo, quedaba claro que esta edición se había quedado corta. Nos preguntamos qué le sucedió a ese espíritu festivo tan característico de Montuïri. Quizás sea hora de replantearnos cómo hacemos las cosas y qué queremos mostrar al mundo.

