Imagina que un día te levantas y no puedes comunicarte con el mundo. Eso es exactamente lo que ocurrió en Alaró, donde una avería de Movistar dejó a sus vecinos sin conexión durante nada menos que 40 horas. Una situación surrealista que ha generado más de un quebradero de cabeza entre los habitantes del pueblo.
Aquellos momentos de incertidumbre se convirtieron en un auténtico desafío. La gente, acostumbrada a tener el móvil al alcance para cualquier emergencia, se sintió desprotegida y aislada. «No sabía si mis familiares estaban bien o no», comentaba uno de los afectados, visiblemente frustrado por la falta de información. Y es que, ¿qué pasa cuando dependemos tanto de la tecnología y, de repente, todo se apaga?
Reacciones en cadena
No solo fueron las llamadas lo que fallaron; también Internet desapareció como por arte de magia. Las redes sociales, ese espacio donde compartimos nuestras vidas y nos mantenemos conectados, quedaron en silencio. Algunos decidieron aprovechar la ocasión para salir a charlar con los vecinos cara a cara, algo que parece casi un lujo hoy en día.
La comunidad se movilizó para encontrar soluciones alternativas mientras esperaban noticias sobre la resolución del problema. A medida que pasaban las horas, las miradas llenas de preocupación se convertían en signos evidentes del descontento generalizado hacia una compañía que debería garantizar el servicio.
Aunque finalmente la conexión fue restablecida y todos pudieron retomar sus vidas cotidianas, esta experiencia deja claro lo vulnerable que somos cuando dependemos demasiado del mismo hilo conductor: la tecnología.

