La pequeña localidad de Binissalem se ha convertido en el epicentro de una lucha comunitaria que trasciende lo meramente urbanístico. El pasado fin de semana, cientos de vecinos se unieron en una cadena humana para protestar contra la construcción de un nuevo polígono industrial que, según muchos, amenaza con tirar a la basura el paisaje y las tradiciones que tanto valoran.
“No estamos en contra del desarrollo, pero hay formas y formas”, decía uno de los participantes, mientras sostenía un cartel que clamaba por el respeto al territorio. La comunidad, que siempre ha vivido en armonía con su entorno, siente como si les estuvieran robando su esencia. Y no es para menos; este proyecto representa un monocultivo turístico que podría acabar con su modo de vida.
Defendiendo lo nuestro
A medida que avanzaba la protesta, se escuchaban voces entremezcladas: “¡Queremos trabajo, sí! Pero no a costa del medio ambiente”. La unión hacía la fuerza nunca había tenido tanto sentido. En cada rostro se podía leer la determinación y el amor por su tierra. Están dispuestos a luchar hasta el final porque saben que su futuro depende de ello.
No solo son unos pocos; esta es una batalla colectiva donde cada voz cuenta. Los habitantes ven cómo sus calles podrían ser reemplazadas por fábricas y asfalto. No quieren convertirse en una simple cifra dentro del mapa industrial del país. Desde aquí se alza un grito claro: ¡Binissalem no está en venta!