Mientras el humo y la ceniza de los incendios en Francia cruzan las fronteras, aquí en Baleares nos encontramos sumidos en un torbellino de decisiones que afectan directamente a nuestra tierra. El GOB, esa organización que no deja de luchar por Mallorca, ha lanzado un grito desesperado pidiendo apoyo para cubrir los costos judiciales tras oponerse a la ampliación del aeropuerto. Nos preguntamos: ¿hasta cuándo vamos a permitir que se tiren por la borda nuestros derechos?
Una batalla sin cuartel
El ambiente se caldea, no solo por el fuego exterior, sino también por el fuego interno que arde en cada rincón de nuestra comunidad. Cipriano Marín, quien fue la cara visible del proyecto Menorca Talaiòtica, ha dimitido. Las razones son complejas, pero todos sentimos el peso de esas decisiones sobre nuestros hombros.
Y es que hasta el Reial Mallorca ha decidido prescindir del català en sus comunicaciones. Un paso atrás para nuestra identidad lingüística que no podemos ignorar. Mientras tanto, un vídeo que circula como pólvora afirma con orgullo: «El català que es parla a Mallorca és el millor del món». ¡Qué ironía! A pesar de esta afirmación tan vibrante, las acciones parecen hablar más alto.
En este contexto convulso, IB3 ha dado órdenes estrictas sobre la vestimenta de los presentadores: “Imatge sòbria, elegant i correcta”. Pero yo me pregunto: ¿acaso eso va a cambiar la realidad que vivimos? Y ni hablar de los topónimos; adiós ‘Ibiza’ y ‘Mahón’, la justicia ahora obliga a utilizar los nombres en català en nuestros tribunales.
Nuestra isla no es lo que solía ser y estas decisiones nos impactan profundamente. La vandalización del pie del funicular del Puig Major y las críticas al tratamiento informativo sobre las marchas por Palestina son solo síntomas de una enfermedad más profunda: la falta de conexión entre quienes deciden y quienes vivimos aquí.