En un rincón del parque de Pere Garau, la tranquilidad ha sido reemplazada por el bullicio. Un grupo de jóvenes, con ganas de fiesta, no dudó en romper las barreras que delimitaban este espacio verde para organizar un botellón a su antojo. Este hecho no solo refleja una falta de respeto hacia el entorno, sino también un síntoma del descontrol que vivimos en muchas áreas urbanas.
¿Qué nos está pasando?
Mientras algunos disfrutamos del aire fresco y los paseos tranquilos por el parque, otros parecen haber decidido que todo vale. La escena resulta inquietante: risas estruendosas, música a todo volumen y residuos esparcidos por doquier. ¿Acaso hemos perdido la noción del espacio público? Es difícil entender cómo se ha llegado a esta normalización del monocultivo turístico, donde lo que importa es divertirse sin pensar en las consecuencias.
No se trata solo de unos pocos; este comportamiento desafía las normas comunitarias y pone en entredicho nuestra convivencia. Al final, todos somos parte de esta comunidad y deberíamos cuidar nuestros espacios como lo que son: nuestro hogar compartido. Es hora de reflexionar sobre qué queremos para nuestros parques y nuestras calles. Porque si no lo hacemos ahora, corremos el riesgo de ver cómo estos lugares se convierten en escenarios donde sólo hay cabida para la irresponsabilidad.