La historia que se teje en torno a Cala Corb es cada vez más preocupante. En las últimas semanas, hemos sido testigos de un aumento en la indignación ciudadana frente a un fenómeno que muchos ya hemos nombrado: el macrourbanismo. Esa forma desmedida y voraz de construir que, en lugar de cuidar nuestros espacios naturales, parece tener como única meta llenar los bolsillos de unos pocos.
Un clamor por el cambio
No estamos solos en esto. En el Secar de la Real, los vecinos han salido a la calle para alzar su voz contra esta tendencia que amenaza con arrasar nuestro entorno. Con cada nuevo proyecto urbanístico, sentimos cómo nuestras raíces se ven comprometidas y nos enfrentamos a una realidad donde los turistas llegan sin freno, los coches invaden nuestras calles y el agua escasea.
A lo largo y ancho del archipiélago balear, distintos colectivos se han movilizado. Desde agricultores hasta propietarios de fincas en la Marjal, todos ellos comparten una misma preocupación: ¿hasta dónde vamos a llegar? En Palma, las cifras son alarmantes; Cort estima que hay más de 15.000 viviendas turísticas ilegales. Esto no solo habla de una falta de control, sino también del desamparo que sufren aquellos que simplemente quieren vivir en armonía con su tierra.
La respuesta ha sido clara: concentraciones y protestas en defensa del territorio y del patrimonio natural. No podemos permitir que nuestra identidad se diluya entre ladrillos y cemento. Estamos hablando de lugares que tienen historia, cultura e importancia para nuestra comunidad.
A medida que avanza esta lucha por preservar lo nuestro, recordemos siempre la importancia de unir fuerzas y hacer oír nuestras voces. La batalla por Cala Corb es solo una parte de un movimiento más grande; uno donde todos debemos ser protagonistas.