El panorama actual para nuestros jóvenes no es nada alentador. Hoy en día, compartir piso ya no significa convivir; se ha convertido en una mera cuestión de espacio. En lugar de forjar conexiones, muchos optan por encerrarse en sus habitaciones, ahogándose en la rutina y dejando de lado las interacciones humanas que tanto necesitamos.
¿Hasta cuándo seguiremos así?
Las cifras son alarmantes y, aunque parezca un tema trivial, afecta directamente a nuestra sociedad. No podemos ignorar que el aislamiento está creciendo como la espuma. Los problemas van desde la falta de comunicación hasta el aumento de ansiedad y depresión entre los más jóvenes. Y lo peor es que los responsables parecen mirar hacia otro lado.
En medio de todo esto, hay voces que se levantan. Desde asociaciones locales hasta figuras públicas están empezando a hacer ruido. La Xarxa Educativa por la Llengua nos recuerda que «no tenemos miedo»; ellos tienen claro que quieren un cambio real y tangible. ¿Y nosotros? ¿Qué estamos esperando para unirnos a esta lucha?
Sin duda, hay un largo camino por recorrer para reestablecer esas conexiones perdidas. Pero si no empezamos a cuestionar nuestras costumbres y hábitos ahora, corremos el riesgo de tirar a la basura lo poco que queda del sentido comunitario. Es hora de abrir las ventanas y dejar entrar el aire fresco; nuestras futuras generaciones merecen algo mejor.