Desde que el brunch se ha colado en nuestras vidas, algo parece haberse perdido. La sensación de ser esa amiga despreocupada, siempre lista para disfrutar de un café y una buena charla, se ha convertido en un dilema. Nos encontramos atrapados entre compromisos sociales y esa constante presión de no querer ser la irresponsable que dice que no. ¿Quién más siente que su vida social ha pegado un bajón?
La sombra del brunch sobre nuestra rutina
Parece que cada vez que intentamos organizar un encuentro, el brunch aparece como la estrella del menú: un festín a media mañana que arrasa con nuestras meriendas y cenas improvisadas. Y así, lo que antes era sencillo se transforma en un evento programado. Pero, ¿realmente necesitamos este monocultivo social?
No es solo una cuestión de horarios; es como si nos obligaran a abandonar las charlas sinceras por unas tostadas con aguacate y mimosas. Por supuesto, no estoy diciendo que el brunch sea malo —quién puede resistirse a unas buenas tortitas— pero hay algo inquietante en cómo ha cambiado nuestra manera de relacionarnos.
Quizá deberíamos replantearnos lo que queremos realmente de nuestra vida social. Porque al final del día, no se trata solo de los planes; se trata de las personas con las que los compartimos. Tal vez sea hora de volver a lo esencial y recordar por qué nos reunimos: para disfrutar, reír y estar juntos.