Imagínate a más de 4 millones de personas subiendo a un autobús, apretujados como sardinas. Eso fue lo que ocurrió el año pasado con el servicio del TIB, donde la sobreocupación se convirtió en el pan nuestro de cada día. Un panorama desolador que nos hace cuestionar si realmente estamos avanzando o si simplemente estamos tirando a la basura nuestras expectativas sobre el transporte público.
Una situación insostenible
Los usuarios, hartos y cansados, no pueden más. ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI sigamos lidiando con este tipo de situaciones? Cada mañana, cientos de ciudadanos se ven obligados a viajar en condiciones precarias, luchando por encontrar un espacio para mantenerse en pie mientras los autobuses recorren las calles abarrotadas.
No es solo una cuestión de comodidad; es una cuestión básica de respeto hacia quienes dependen del transporte público para ir a trabajar o estudiar. Las promesas del Gobierno suenan vacías cuando vemos que todo sigue igual y las soluciones brillan por su ausencia.
A medida que crece la demanda, también lo hace nuestra frustración. La falta de planificación y recursos adecuados está llevando al límite un sistema que debería ser ejemplo y no motivo de quejas constantes. En definitiva, necesitamos respuestas y acciones urgentes antes de que esta crisis se convierta en algo irreversible.