En la pequeña isla de Mallorca, entre montañas y mares azules, se escucha el eco de una tradición que está a punto de extinguirse. Hablamos del último carbonero, un oficio que ha sido parte del paisaje balear durante generaciones. Esta figura emblemática representa no solo un trabajo, sino una forma de vida que nos conecta con nuestras raíces.
La lucha por la supervivencia de un legado
A medida que el turismo se convierte en el rey indiscutible de la economía isleña, las voces que claman por preservar nuestra cultura empiezan a hacerse oír con más fuerza. “No podemos permitir que nuestro patrimonio acabe en el olvido”, dice Francesc Fiol, uno de los defensores más apasionados del modelo turístico sostenible. Su mensaje es claro: necesitamos un cambio antes de que sea demasiado tarde.
Pensar en un monocultivo turístico nos da escalofríos; cada vez son más los vecinos cansados de ver cómo sus barrios se transforman en meros escenarios para turistas. La identidad mallorquina se diluye y corre el riesgo de ser tirada a la basura si no actuamos pronto.
Así, mientras algunos disfrutan del sol y las playas, otros luchan por mantener viva la llama de tradiciones como la carbonera. Un legado que debemos cuidar y valorar como comunidad, porque al final del día, todos queremos un lugar donde podamos sentirnos realmente en casa.