La historia de Lluís Apesteguia es, en muchos sentidos, la historia de todos nosotros. Nos lleva a momentos de nuestra infancia que marcan y moldean quienes somos. A los 11 años, Lluís era un joven escolá, lleno de sueños e ilusiones, que salió de misa un día tras escuchar al capellán criticar las uniones del mismo sexo. Un acto que podría parecer trivial, pero que dejó huella en su corazón.
Las memorias compartidas
Su hermana recuerda esos días con nostalgia y tristeza. Era un chico sensible y curioso; ¿quién no se ha sentido así en su juventud? Mientras tanto, Anna Ferrer también comparte su propia historia: soñaba con tocar la flauta travesera, pero sus pequeños brazos no parecían bastarle. Y qué decir de Martí March, quien según su hermano Miquel Àngel, podía pasar de risas contagiosas a lágrimas profundas en cuestión de segundos. Todos ellos tienen algo en común: han dejado una marca indeleble en el corazón de quienes los conocieron.
Llorenç Perelló es otro ejemplo: Amador Calafat cuenta cómo bastaba una simple frase para hacerle ‘cortocircuitar’. La vida está llena de estos momentos únicos que nos conectan a todos. Pero no todo son recuerdos amables; la reciente pérdida del mallorquí Rafa Rullán, una leyenda del baloncesto español, nos recuerda lo efímero que puede ser todo.
En medio de tantas historias personales resuena una pregunta más profunda: ¿realmente escuchamos? Porque parece que muchas veces nuestros políticos hacen lo contrario a lo que dicen querer lograr. Prohens afirma no querer fomentar la confrontación lingüística y sin embargo… es justo lo opuesto lo que sucede.
Así es como las historias se entrelazan y nos recuerdan la importancia de recordar quiénes somos y dónde venimos. En esta comunidad tenemos mucho por compartir y aprender unos de otros; quizás solo necesitamos dar un paso atrás para escuchar realmente las voces que nos rodean.