En un rincón de Palma, donde cada día se luchaba por brindar una mano a quienes más lo necesitaban, se encuentra Es Refugi. Sin embargo, este espacio vital está a punto de cerrar sus puertas, dejando en la calle a 17 trabajadores y 18 usuarios que dependen de su apoyo. La situación es crítica y los empleados no pueden quedarse callados.
Una lucha desigual
La realidad es dura: el IMAS, que debería ser un aliado en esta batalla contra la exclusión social, ha optado por discriminar a aquellos que menos tienen. “Nos sentimos abandonados”, confiesa uno de los trabajadores mientras mira hacia el futuro incierto que les aguarda. ¿Es así como queremos tratar a los más vulnerables? La respuesta debería ser un rotundo no.
La comunidad no puede permitir que estas injusticias sigan sucediendo. Desde luego, este monocultivo turístico que solo busca rentabilidad a costa del bienestar social tiene que cambiar. Todos merecemos un hogar y una oportunidad para salir adelante. Y mientras tanto, nosotros seguiremos alzando nuestras voces hasta que sean escuchadas.