En un día marcado por la emoción y el respeto, más de 1.000 personas se congregaron en la Seu para rendir homenaje al papa Francisco. La atmósfera era palpable, con rostros serenos que reflejaban tanto tristeza como agradecimiento por su legado. No se trataba solo de un funeral; era una celebración de vida y compromiso.
La comunidad unida en la despedida
A medida que las campanas resonaban, recordamos su mensaje de paz y unidad. La gente no solo venía a despedir a un líder religioso, sino a abrazar los valores que él promovió. «Hoy estamos aquí todos juntos, porque creemos que sus enseñanzas deben seguir vivas», comentaba una asistente entre lágrimas.
No es fácil ver partir a alguien tan significativo. Entre anécdotas y reflexiones, nos dimos cuenta de que la huella del papa Francisco es profunda y duradera. En tiempos difíciles, su voz siempre fue un faro de esperanza.