La historia de Anna Ferrer, como la cuenta su madre, es un reflejo de esos sueños que a veces se quedan en el aire. A ella le fascinaba la flauta travesera, pero la vida le puso un obstáculo inesperado: sus brazos no eran suficientes para alcanzar las notas que tanto deseaba tocar. Así, un deseo tan puro como el de hacer música se convirtió en un eco distante.
Momentos que marcan
No es solo Anna; son muchos los relatos de quienes, como Martí March, vivieron con extremos emocionales, riendo o llorando sin término medio. O el caso de Llorenç Perelló, quien con unas pocas palabras podía desatar una tormenta interna. Y qué decir de Joan Miquel Oliver, cuya curiosidad lo llevaba a discutir sobre lo más insólito, incluso si los colores realmente existían.
En este mosaico humano hay risas y lágrimas, historias compartidas y despedidas que nos recuerdan lo efímero de la vida. La memoria colectiva se teje con estos relatos que nos hacen sentir cerca aunque estemos lejos. En definitiva, son recuerdos que trascienden el tiempo y nos invitan a reflexionar sobre lo que realmente importa.