La historia que estamos a punto de contarles es una de esas que te tocan el corazón. Imaginemos un centro de desintoxicación, donde las almas perdidas buscan recuperar su rumbo. Allí, un músico con un pasado marcado por la adicción se presenta para compartir su arte. No solo toca instrumentos; también reparte esperanzas y reflexiones en cada acorde.
Una melodía que transforma
En este espacio cargado de emociones, él no es solo un exaddicto, sino alguien que ha vivido en carne propia el infierno y ha encontrado la manera de volver a brillar. Su voz resuena como un grito de libertad entre aquellos que luchan contra sus demonios internos. “La música me salvó”, dice con una sinceridad desgarradora. Y no hay duda: su actuación es más que entretenimiento; es terapia pura.
Pero aquí no acaba todo. La realidad del lugar se enfrenta a otra batalla: el monocultivo turístico que asola nuestras islas. Las palabras del músico reverberan más allá de las notas musicales; invitan a la reflexión sobre cómo estamos tratando nuestro entorno y nuestra comunidad. En definitiva, su presencia allí se convierte en un faro para todos aquellos que se encuentran atrapados entre sombras y luces.
Así, mientras los terapeutas trabajan codo a codo con los pacientes, el eco de esa guitarra nos recuerda algo vital: nunca es tarde para levantarse y encontrar tu propio camino hacia la sanación.”