En un rincón de Palma, una pintada ha levantado ampollas. Con un mensaje claro y contundente, alguien decidió expresar su descontento con los alemanes que han tomado la ciudad. «Illencs fora! Palma és dels alemanys» resuena en las paredes, como un eco de frustración y rechazo hacia el fenómeno del turismo que ha transformado nuestra tierra. Y es que, ¿qué nos está pasando? Cada vez más, nuestras calles se convierten en escenarios para visitantes que parecen olvidar que este lugar también tiene historia y raíces.
La lucha por nuestra identidad
Mientras el turismo cultural florece y nuestras instituciones lo promueven a bombo y platillo, muchos de nosotros sentimos que estamos perdiendo el control sobre lo que significa ser mallorquín. Las críticas no se hacen esperar; empresarios del sector están alarmados por los precios disparatados de la vivienda, lo cual dificulta la llegada de trabajadores locales. Además, las negociaciones sobre el nuevo convenio de hostelería parecen haberse estancado, dejando a todos en ascuas.
No es solo una cuestión económica; es una lucha por nuestra identidad. En medio de este torbellino, surgen voces que claman por un cambio real. «El cambio a Mallorca ya ha comenzado», afirma Amanda Fernández con determinación. Todos compartimos un deseo profundo: encontrar un equilibrio entre disfrutar del turismo y preservar lo nuestro.
Sin embargo, no todo está perdido. La comunidad se moviliza y empieza a cuestionar qué tipo de futuro queremos construir juntos. Porque al final del día, Palma debería ser tanto nuestra como suya; no dejemos que se convierta en un mero decorado para otros.