En el bullicioso aeropuerto de Palma, donde miles de turistas aterrizan cada día, hay un grupo que vive al margen del brillo y el glamour. Hablamos de aquellos que subsisten comiendo lo que los viajeros tiran a la basura. Una situación desesperante que nos invita a reflexionar sobre las desigualdades y las realidades ocultas tras el turismo masivo.
Las voces ignoradas
Aena, esa entidad todopoderosa que gestiona nuestros aeropuertos, parece mirar hacia otro lado mientras estos habitantes se enfrentan a su dura realidad. En lugar de ofrecer soluciones o asistencia, se centran en maximizar beneficios, dejando a los más vulnerables a su suerte. ¿Acaso no somos todos responsables de cuidar nuestro entorno y ayudar a quienes más lo necesitan?
El contraste es abismal: por un lado, el derroche y el despilfarro; por otro, la lucha diaria por sobrevivir entre residuos. La historia nos recuerda que no podemos seguir ignorando estas situaciones ni permitir que un sistema basado en el monocultivo turístico tire a la basura la dignidad humana.