En la calle Pursiana 19, en el corazón del barrio de Santa Catalina en Palma, se respira una tensión palpable. Desde hace meses, los vecinos del primer y segundo piso, una familia muy arraigada en la comunidad, viven un auténtico calvario a causa de las maniobras de un empresario sueco que ha puesto sus ojos en este rincón tan querido.
Margarita Porcel es la voz que alza la denuncia: «Este hombre ha comprado diez casas alrededor» y ha transformado todo a su paso, incluso el edificio donde reside su familia. Convirtiendo espacios para turistas sin compasión y saltándose las normativas que prohíben este tipo de alquileres en edificios plurifamiliares. Cada día llegan grupos de viajeros con maletas, como si fueran huéspedes del hotel más lujoso. «Hasta hace poco podías ver el anuncio en Airbnb», recuerda con indignación.
Una historia de acoso inmobiliario
María Porcel y su marido no solo enfrentan un problema legal; sufren secuelas psicológicas derivadas de esta situación opresiva. Ella cuenta cómo lo que antes era un balcón ahora se ha convertido en una puerta para los nuevos inquilinos temporales. Todo comenzó en 2015 con la compra por parte de un inversor inglés, quien destrozó muros sin licencia y dejó su hogar hecho un desastre. Aunque ganaron el juicio, el británico desapareció y no hubo compensación.
El nuevo propietario sueco continuó con la misma línea descontrolada: eliminó el tejado para hacer terrazas que dan justo a las ventanas de María. Y aún más preocupante: les exige que cierren sus propias ventanas mientras él se salta todas las normas urbanísticas a su antojo. «Nos han tirado piedras desde el patio interior», añade María, visiblemente afectada por la presión constante.
La situación es insostenible; han denunciado cada irregularidad pero parece que caen en oídos sordos. Urbanisme archivó su caso dejando a esta familia sintiéndose completamente desamparada. Muchos les aconsejan vender y marcharse, pero ella se niega rotundamente: «Esta casa es parte de mi historia familiar». En medio de toda esta adversidad, María Porcel representa esa resistencia tenaz ante el acoso inmobiliario que amenaza con devorar Santa Catalina.

