En las calles de Palma, una realidad dura se ha hecho cada vez más visible. Imagina pasear por la calle Manacor, en La Soledad, y encontrarte con una mujer pidiendo limosna. No es solo un caso aislado; cada vez son más los que enfrentan esta situación, especialmente ahora, cuando la ciudad se prepara para las fiestas navideñas. En el bullicio del centro, donde los turistas pululan por La Seu o La Almudaina, este fenómeno parece ser parte del paisaje. Pero lo preocupante es que detrás de esas sonrisas festivas se esconden redes que utilizan a estas personas como meros peones en su propio juego.
Una realidad que se extiende a la periferia
No podemos mirar hacia otro lado. Esta imagen de mendicidad no solo habita en el corazón de Palma; ha empezado a extenderse hacia las barriadas obreras y zonas periféricas como Son Oliva o Eusebio Estada. Aquí, frente a un supermercado concurrido, vemos a esa misma mujer haciendo su ronda diaria, a veces acompañada de otra persona. Y si miramos hacia la Playa de Palma, encontramos a un indigente que busca refugio en un centro comercial mientras camina con su perro al lado.
A veces nos olvidamos de que estos seres humanos tienen historias detrás, historias llenas de sufrimiento y lucha. En el parque de convivencia de La Ribera-Marbella, hemos escuchado denuncias sobre personas sin hogar durmiendo dentro cuando estaba cerrado, lo cual ha generado problemas entre vecinos y clientes del supermercado cercano.
Es inquietante ver cómo el fenómeno del sinhogarismo avanza como una sombra oscura, acercándose cada vez más al centro tras haber crecido en poblados y asentamientos en lugares olvidados por todos nosotros, especialmente cerca de la Vía de Cintura. Es nuestra responsabilidad abrir los ojos ante esta situación y reflexionar sobre lo que realmente está ocurriendo en nuestras calles.

