En la Plaza Santa Pagesa de Palma, un grito de desesperación resuena entre los vecinos: «Estamos hartos». Estos carteles, colgados con la esperanza de que alguien escuche, son el reflejo de una comunidad que ya no puede más. La historia comienza con un piso okupado, un espacio que debería ser hogar y se ha convertido en un auténtico foco de problemas. Ruidos ensordecedores, fiestas interminables y una sensación de inseguridad que asola las noches.
Una propietaria indignada
La dueña del piso okupado, quien prefiere permanecer en el anonimato, está completamente desbordada por la situación. Tras meses intentando reformar su vivienda, se encontró con que, al no vivir allí temporalmente, había sido okupara sin previo aviso. «Me lo okuparon de la noche a la mañana», dice con rabia contenida. Y no es para menos; este lugar se ha transformado en el punto de encuentro favorito de jóvenes -en su mayoría sudamericanos- que hacen ruido hasta altas horas mientras entran y salen visiblemente alterados por el alcohol o algo más fuerte.
Los residentes están cansados. Ya no solo les molesta el ruido constante; se sienten inseguros al ver cómo este grupo descontrolado hace fiesta cada noche. Algunos vecinos han tenido que salir a gritar desde sus ventanas para pedir silencio. Es triste pensar que estas escenas han pasado a formar parte del día a día en Santa Pagesa.
Uno de los residentes habla sobre un tal Rubén, supuestamente el líder del grupo ocupante. Este individuo se escuda detrás de un contrato dudoso y usa tácticas habituales entre okupas para justificar su presencia. La angustia es palpable entre los ancianos del edificio, quienes lidian con las secuelas de esta ocupación: ruido constante y temor ante el vaivén incesante de personas ajenas a su comunidad.
A medida que avanza el tiempo sin solución a la vista, las pancartas siguen adornando los balcones como símbolo de resistencia: mensajes claros como ‘okupas fuera’, ‘no podemos dormir’ o ‘SOS okupas’ muestran lo frustrante que resulta vivir en esta situación. Mientras tanto, la propietaria observa resignada cómo pasa cada día esperando recuperar su hogar; pero también siente una creciente indignación hacia unas autoridades que parecen impotentes frente al problema.
A pesar de las visitas ocasionales de las fuerzas del orden –que llegan tarde o sin poder hacer nada efectivo– los vecinos continúan luchando por recuperar la paz perdida en sus vidas cotidianas. En este rincón del mundo balear, el clamor contra los okupas es solo uno más entre tantos otros ecos que invaden nuestras comunidades.