Palma

La voz de los mayores en la lucha vecinal: un legado que podría perderse

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Pedro Serra (78), María Cruz (68), Alejandro Sarmiento (73) y Teresa Matos (72) son solo algunos de los rostros que dan vida a la Junta Directiva de la asociación de vecinos de Nou Llevant. Imagina a un vecino paseando por su barrio y encontrándose con una papelera destrozada. ¿Qué haría? Podría simplemente lamentarse y seguir su camino, o quizás sacar el móvil y enviar una foto al Ajuntament o a su asociación, involucrándose en el cambio. Pero, ¿qué es lo que realmente nos mueve a actuar?

La lucha vecinal tiene rostro

Curiosamente, muchos de los que están al frente de estas asociaciones en Palma son personas mayores. Nos preguntamos si esta generación está hecha de otra pasta. Maribel Alcázar, presidenta de la Federació d’Associacions de Veïns de Palma, apunta a varios factores: el desarraigo, la complicada situación laboral y una burocracia que hace que los más jóvenes se sientan desanimados para involucrarse.

Y claro, no podemos olvidar cómo el ocio saludable escasea y cada vez hay más población extranjera. «La fragmentación social» es otra pieza del rompecabezas según Alcázar; reconoce que hemos perdido esa transmisión generacional tan necesaria para mantener vivo el movimiento vecinal.

A pesar de algunas excepciones donde se ven caras más jóvenes, como en La Femu o Canamunt, lo cierto es que muchas asociaciones aún son conducidas por nuestros abuelos y abuelas. Y cuando se habla de juventud en estos espacios, muchas veces se refieren a quienes ya tienen más de 40 años.

Pero no todo está perdido. Las palabras resonantes del equipo actual de Nou Llevant son claras: «Si nosotros lo dejamos, esto se cierra». Tienen décadas trabajando por su barrio y conocen bien sus necesidades; recordando tiempos difíciles donde no había farmacias ni tiendas cercanas. Sin embargo, sienten que hoy en día parece que a los jóvenes «no les interesa» lo que sucede alrededor.

Jesús Iglesias (73), presidente de Son Fuster Nou – Ses Palmeres reflexiona sobre este desencanto: «Creo que la culpa es nuestra», dice con sinceridad. El cansancio se siente palpable entre ellos; buscan conectar con las nuevas generaciones pero les resulta complicado. Salvador Maimó también comparte esta frustración; lleva 15 años al frente de la asociación El Fortí y ha notado cómo los jóvenes se acercan a las actividades pero huyen cuando les proponen formar parte del equipo directivo.

No es fácil llevar adelante una asociación; requiere tiempo y esfuerzo sin recompensa económica. Marisa Bonache destaca cómo incluso algo tan sencillo como organizar una cena popular puede convertirse en un quebradero de cabeza debido a normativas absurdas sobre seguridad alimentaria.

Y mientras tanto, muchos jóvenes deben dejar sus barrios por falta de oportunidades laborales o vivienda asequible; el sentido comunitario se diluye cuando ya no puedes quedarte en el lugar donde creciste. La disponibilidad juega un papel crucial aquí: quien está jubilado seguramente tendrá más tiempo para dedicar a estas causas sociales.

A menudo nos encontramos con una menor conciencia colectiva entre las generaciones más jóvenes; problemas ajenos parecen no afectarles directamente. Maimó observa cómo muchos prefieren leer redes sociales antes que un periódico local, perdiéndose así información valiosa sobre lo que pasa en su propia comunidad.

Desde la Federació d’Associacions, Alcázar señala también cómo el desprestigio político ha alejado a los jóvenes del interés por lo público: «El Parc de la Mar existe gracias al movimiento vecinal», recuerda con fuerza. Por eso hacen un llamado sincero para invitarles a participar activamente en las decisiones sobre su propio futuro.

A pesar del panorama desalentador, las asociaciones siguen vivas; hay esperanza en esas entidades que resurgieron después de haber desaparecido por falta de apoyo comunitario. Así funciona esto: alguien toma conciencia y decide actuar porque sabe bien que “esto no puede ser”.

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