En el barrio palmesano del Coll d’en Rabassa, la situación se ha vuelto insostenible. Un grupo de jóvenes de origen norteafricano ha tomado posesión de un viejo vivero de langostas en la zona costera de El Peñón, y lo que empezó como una preocupación se ha convertido en una auténtica pesadilla para los vecinos. Meses han pasado desde que estos okupas se instalaron allí, y la indignación entre los residentes y comerciantes sigue en aumento.
Un entorno degradado
La presencia de estas personas no solo ha generado inquietud, sino que también ha traído consigo una notable degradación del lugar. Han sellado con cerradura el acceso al edificio superior, donde viven algunos residentes, y aunque ellos niegan las acusaciones sobre robos a turistas o vecinos, el malestar es palpable. Ruidos constantes y molestias son parte del día a día para quienes habitan cerca. Y lo más sorprendente es que siguen conectados a la red eléctrica como si nada. Una pequeña luz permanece encendida cada mañana y al caer la noche resalta aún más su ocupación.
Pero eso no es todo; han transformado la amplia terraza en un espacio común digno de verano: sillas, mesas, sombrillas e incluso una tortuga hinchable acompañan a una bandera de España que algunos consideran provocativa. En las redes sociales, publican con orgullo su vida allí, desafiando a quienes critican su presencia.
A pesar de las intervenciones ocasionales por parte de las fuerzas de seguridad, la tensión persiste en El Peñón. Los vecinos están cansados; llevan tiempo denunciando esta situación sin que parezca haber solución a la vista. Además, hay rumores sobre su vinculación con aparcacoches activos desde Can Pere Antoni hasta Can Pastilla, lo cual no hace más que avivar el fuego del descontento entre quienes desean recuperar la tranquilidad en sus calles.
La inseguridad se siente en el aire: intentos fallidos de okupaciones en locales comerciales y robos son solo algunas manifestaciones del clima hostil que se respira actualmente. La suciedad y el abandono son evidentes; ventanas rotas adornan este viejo edificio ahora okupado frente al Mediterráneo.
Así está la realidad para muchos: un sueño hecho trizas mientras unos pocos disfrutan del mar sin coste alguno ni responsabilidad alguna por los problemas que generan. La comunidad observa con impotencia cómo esta situación amenaza su calidad de vida.