En una tarde cualquiera en Palma, el ambiente cambia por completo cuando nos encontramos en la Plaça de la Porta de Santa Catalina. Allí, un grupo diverso de palmesanos ha decidido plantar cara a los precios desorbitados que han hecho de las terrazas un lujo. Mientras tanto, en un restaurante cercano, las mesas están llenas de turistas disfrutando de unos espaguetis a 19,50 euros y un entrecote a 30. ¿Y nosotros? Nos hemos traído nuestra comida casera.
El sopar a la fresca como símbolo de resistencia
Clara, Patri y Mar son tres jóvenes estudiantes que comparten sus reflexiones mientras disfrutan del sopar a la fresca. «No podemos ir de terrazas. Los precios son abusivos y solo quieren turistas», dicen con resignación. Conocen apenas tres lugares en el Casc Antic donde puedan permitirse comer sin arruinarse, pero prefieren no revelarlos para que no se conviertan en tendencia viral.
En otra mesa, unas treinteañeras comparten frittata casera y humus mientras comentan que han dejado atrás esos planes espontáneos por salir a tomar algo. «Una cerveza en una terraza te cuesta tres euros», dice Clara. Reconocen que ese menú les saldría por unos 50 euros si optaran por ir a un restaurante.
Entre risas y anécdotas sobre cómo lo han tenido que ajustar todo para sobrevivir, Agustina y sus amigas expresan su frustración: «Siempre hemos vivido en crisis». Para ellas, no hay planes de ser madres porque simplemente no pueden permitírselo; su lucha es ocupar su espacio y reivindicar lo auténtico.
Un abuelo observa desde otra mesa mientras disfruta de una coca de trempó junto a su familia. «Antes solíamos salir más», confiesa nostálgico al recordar tiempos mejores. Su hija añade preocupada: «Todo ha subido menos los sueldos», refiriéndose al impacto del turismo masivo y los alquileres ilegales que inundan la ciudad.
Aún así, aquí estamos: niños jugando al fútbol cerca de la biblioteca y niñas disfrutando del juego tradicional. Sin saberlo, todos ellos forman parte de este movimiento incipiente por recuperar nuestros espacios urbanos y revalorizar lo cotidiano frente al monocultivo turístico que amenaza con tirar nuestra cultura a la basura.