Los bloques que conforman la zona conocida como Corea no son solo una parte más del paisaje de Palma; son un recordatorio constante del estigma que pesa sobre este barrio. A pesar de los esfuerzos de sus residentes por erradicar esa imagen negativa, Corea sigue siendo uno de esos lugares que provoca inquietud y miedo. Encrucijada entre las calles General Riera y Cotlliure, estos edificios, levantados en los años 50, han visto cómo el tiempo ha pasado factura a su apariencia y también a su comunidad.
Una lucha constante por dignidad
La dejadez es evidente: algunos bloques muestran signos claros de deterioro, producto tanto de la falta de cuidado como del fenómeno creciente de la okupación. Aunque el Ajuntament de Palma ha intentado cambiar la cara a esta parte del barrio, la situación parece estancada. Las calles están plagadas de suciedad y los patios se han convertido en espacios olvidados donde el narcotráfico parece tener su lugar.
El miedo se siente al caminar por aquí; hay vecinos que prefieren no acercarse para evitar ser señalados por quienes vigilan con desconfianza cualquier movimiento extraño. Este ambiente hostil deja claro que muchos residentes no parecen preocuparse por las condiciones en las que viven, transformando estas manzanas en un fortín donde controlan quién entra y quién sale.
Aunque hay quienes luchan por mejorar su entorno, con esfuerzo logran mantener una apariencia más digna frente al caos generalizado. Pero resulta frustrante ver cómo las autoridades parecen ausentes ante fiestas ilegales y eventos que suceden bajo sus narices, mientras los vecinos llevan años esperando una solución efectiva.
«Nos olvidan hasta que llegan las elecciones», comenta uno de los habitantes con un tono resignado. La historia de Corea es una mezcla compleja de lucha y desesperanza, donde el deseo colectivo por un cambio contrasta con la dura realidad diaria. Y así seguimos, día tras día, tratando de encontrar ese atisbo de esperanza en medio del abandono.