Imagina por un momento que Palma crece como la espuma, hasta 380.000 nuevos habitantes más. Eso es lo que propone Més per Palma al hablar de la nueva ley de proyectos residenciales. En una rueda de prensa, la portavoz Neus Truyol no se cortó al calificar esta iniciativa como una «operación urbanística sin precedentes». Pero cuidado, porque este crecimiento traería consigo unas expectativas económicas jugosas: ¡hasta 6.000 millones de euros para los propietarios y promotores! Sin embargo, ¿a qué precio?
Un futuro incierto para la isla
A pesar del optimismo mostrado por Més, el Govern balear ha salido al paso desmintiendo estas cifras. No todas las áreas son aptas para desarrollarse y aquí hay que poner el foco: sólo unas pocas hectáreas se verían afectadas. Mientras tanto, Truyol alerta sobre un escenario donde el monocultivo turístico parece ser el rey y los ciudadanos quedan relegados a un segundo plano.
Las estimaciones hablan de multiplicar por siete las hectáreas urbanizables, abriendo la puerta a construir hasta 135.000 viviendas. Lo que suena bien en teoría se traduce en más coches en nuestras calles y una presión añadida sobre servicios ya saturados como el transporte público.
«Estamos hablando de un crecimiento sin planificar», advierte Truyol con preocupación. La falta de infraestructuras adecuadas —colegios, centros de salud o espacios verdes— nos deja claro que todo está centrado en lo lucrativo: la vivienda.
Palmamos también que estos nuevos desarrollos estarían concentrados en zonas específicas como Son Ximelis o Son Vida, donde las decisiones quedarían en manos de grandes promotores inmobiliarios: «Los millonarios deciden dónde construir», criticó Truyol con razón.
Més sostiene que esta situación solo alimenta un juego especulativo aprovechándose del drama habitacional actual; mientras algunos sueñan con tener un hogar digno, otros juegan al Monopoly con cartas marcadas.
Aunque el PSOE intenta suavizar el impacto de estas proyecciones, la realidad sigue siendo dura para muchas familias palmesanas. Si las viviendas no son para ellos, surge una pregunta inquietante: ¿para quién están diseñadas?