En el corazón del bullicioso centro de Palma, la Plaça del Banc de s’Oli se ha convertido en un símbolo del descontento vecinal. La gentrificación y la masificación han hecho mella en este rincón emblemático, llevándose con ellas la esencia que alguna vez tuvo. Mientras paseamos por sus calles, podemos sentir la frustración que embarga a los residentes, quienes ven cómo su hogar se transforma ante sus ojos.
Un espacio que clama por ser escuchado
Los mensajes reivindicativos brotan como flores entre las jardineras; uno de ellos reza: ‘Això abans era una plaça’. Esa frase corta, pero cargada de historia, nos recuerda tiempos mejores. Junto a ella, un adhesivo pegado en un cartel inmobiliario grita con fuerza: ‘Mallorca no està en venda’, reflejando el sentir colectivo contra el monocultivo turístico que amenaza con devorar lo auténtico.
No lejos de allí, tres palabras resuenan como un eco en el aire: Silencio, respeto y civismo. Esas son las bases sobre las que se construye una comunidad. Pero hoy, esos negocios familiares han sido desplazados por restaurantes enfocados únicamente en atraer turistas. ¿Dónde queda el alma del lugar? Los vecinos están cansados; quieren recuperar su plaza, su historia y su identidad. No es solo una cuestión de espacios físicos, sino de pertenencia y dignidad.