Este martes, Palma vivió lo que probablemente sea uno de los debates más largos y, a la vez, más estériles del año. El Debate del Estado de la Ciudad se convirtió en un verdadero tira y afloja entre el alcalde, Jaime Martínez, y la oposición. ¿Y para qué? Para escuchar propuestas que parecen más bien un monólogo de autoalabanza.
Los debates de política general tienen esa particularidad: el que gobierna siempre tiene una excusa para mostrarse como el héroe del cuento mientras lanza dardos a las administraciones que no son de su mismo color. En cambio, la oposición insiste en repetir ideas ya defendidas, sabiendo perfectamente que sus propuestas no verán la luz. Horas enteras de discusión por resoluciones que no tienen ni un ápice de efecto legal. ¿Realmente sirve esto a la ciudadanía?
El ambiente tenso en el Ajuntament
A medida que avanzaba la sesión, la tensión fue palpable desde el inicio. Con una hora de retraso arrancó este espectáculo donde Martínez decidió imponer su autoridad incluyendo propuestas del PP, aunque ya habían sido desestimadas por el sistema municipal. Esto provocó un revuelo inmediato; Xisco Ducrós, portavoz del PSOE, no pudo contenerse: «¡Usted no puede hacer lo que le dé la gana!» La respuesta del alcalde fue cortante: «No tiene la palabra, sr. Ducrós», repitiendo esa frase como si fuera un mantra mientras apagaba el micrófono del regidor.
No contento con eso, Martínez preguntó si alguien quería un receso; claro está, nadie lo solicitó pero él decidió tomar ese descanso igualmente. Al retomar la sesión con su habitual tono triunfalista proclamando «normalidad», todos sabíamos que se avecinaba otro round cargado de ataques.
Para cerrar este capítulo caótico, Martínez utilizó su último turno para arremeter contra la izquierda acusándola de ser destructiva en lugar de constructiva. Curiosamente olvidó mencionar cómo muchas peticiones informativas quedan sin respuesta y eso sí que es opacidad. Las críticas ardieron en aquel momento y tanto Més como Podem decidieron abandonar el salón enfadados. El clima era tan tenso que hasta los micros captaban gritos y descalificaciones al final del gran debate.