Cuando pensamos en la Catedral de Mallorca, o como muchos la conocen, la Seu, lo primero que nos viene a la mente son sus impresionantes arcos y su rica historia. Sin embargo, en estos días, la imagen que se nos presenta es otra muy diferente. La plaza y las escaleras que dan acceso a este emblemático monumento se han convertido en un auténtico mercado ambulante, donde los vendedores no solo ofrecen souvenirs, sino una experiencia vibrante para todos los que pasan por allí.
Un mar de puestos y productos
Al caminar por el entorno de la Catedral, es difícil no fijarse en el desfile interminable de puestos repletos de gorras, sombreros, bolsos y todo tipo de recuerdos típicos. Los turistas suben y bajan sin parar, mientras los vendedores —en su mayoría subsaharianos— intentan atraer su atención con ofertas irresistibles: desde refrescos fríos para combatir el calor hasta trenzas que hacen volar nuestra imaginación. Y aquí estamos nosotros, atrapados entre admirar el patrimonio cultural e histórico y esta nueva realidad del comercio improvisado.
A veces parece un juego del destino: justo cuando uno llega al corazón turístico de Palma, se topa con este espectáculo tan colorido como caótico. El bullicio atrae tanto a los visitantes como a los residentes locales; todos tienen algo que decir sobre este mercadillo que parece haber crecido sin control. Nos preguntamos: ¿hasta dónde llegaremos así? Con cada nuevo puesto instalado a las puertas de uno de nuestros tesoros más queridos, vemos cómo el paisaje cambia ante nuestros ojos.
Es indudable que estos emprendedores encuentran su oportunidad justo donde desembarcan los cruceristas del Muelle Viejo. Pero también hay una reflexión más profunda detrás de esta escena cotidiana: ¿qué estamos dispuestos a sacrificar en nombre del turismo? Porque al final del día, este lugar debería ser una joya cultural accesible para todos y no un escenario donde el comercio desmedido tire a la basura su esencia.